Javier Enriquez Serralde

El problema de cualquier religión es el de una ficción que se toma en serio. Las Trinas Cuadras

el autor

JAVIER E. SERRALDE

Javier comenzó a escribir poemas a los 6 años de edad. Tenía un tío abuelo, Hugo Enríquez Róo, quien publicó para familia y amigos pequeños libros con sus poemas. Javier copió el estilo neófito de varios de esos poemas, que variaban en métrica y en forma. Hugo no era un Leopoldo Lugones, ni un César Vallejo, ni un Vicente Huidobro, mucho menos un e.e. Cummings, pero al niño Javier le atrajo el ritmo de la poesía cuando era leída en voz alta. A los 7 años escribió el primer poema a su madre y continuó redactando versos, acrósticos y distintos escritos con variados temas. Sin embargo, en sus lecturas, la poesía no sobresalía tanto como la prosa. Le fascinaba leer versiones infantiles de Los Hermanos Karamazov de Fiódor Dostoyevski y Los Tres Mosqueteros de Alexander Dumas, o sumergirse en las aventuras que Julio Verne relataba. Javier inventó cuentos y aventuras que relataba a sus hermanos por la noche cuando era hora de dormir. También inventaba canciones y dibujaba planes arquitectónicos para crear una casa ideal.

Cuando llegó a la adolescencia joven dejó de interesarle la escuela, ya que no lo estimulaba. Prefería leer todo lo que no estuviera relacionado con ella. Reprobó el segundo año de secundaria. Al cursarlo nuevamente, los jesuitas lo expulsaron de la escuela por reprobar biología, historia, geografía y dibujo. Sobreviviendo el estigma de “expulsado” y escolar fracasado, aprobó el siguiente año, y en su nueva escuela escapó a la “Matanza del Casco de Santo Tomás” en 1971.

En la preparatoria, durante las clases, Javier y sus amigos tenían un juego que consistía en que uno escribía una línea en un papel, el siguiente añadía otra y, al circularlo por toda la serie de muchachos, las líneas unidas terminaban formando un cuento pequeño. Fue, sin embargo, solamente con uno de ellos, con el más allegados de todos, con el que el juego de palabras al contar una historia adquirió forma. El personaje de “Vicatrón”, en Las Trinas Cuadras y Los Cuadros Quinos, con su idiolecto único, está basado en ese amigo. Javier y “Vicatrón” tenían un lenguaje semi-guíglico (sin saber nada de Julio Cortázar), lúdico y rítmico con modismos irrepetibles. Tenían 17 años y sus prosas variaban en concordancia con los miembros de sus familias o sus conocidos, a los que imitaban por su estilo de hablar y por sus gestos. Imitándolos, nacían cuentos orales lúdicos repletos de dicharachos graciosos y múltiples jitanjáforas (es decir, textos carentes de sentido cuyo valor estético se basa en la sonoridad y en el poder evocador de las palabras, reales o inventadas, que lo componen) para burlarse de ellos. En esencia, lo que hacían era parodiar personas excéntricas que conocían, por medio de palabras inventadas que formaban historias y cuentos. Años después, Javier se encontró realizando un doctorado en Estados Unidos, en un ambiente académico competitivo, estrictamente científico, en el que tenía que pasar largas horas en los laboratorios, cuando no estaba sumergido en libros y artículos especializados. Todo en inglés, por supuesto.

Por las noches, Javier escribía textos breves en “español” para “relajar” su mente de la ortodoxia científica. Eran pequeños cuentos que evocaban las historias lúdicas que él y “Vicatrón” habían inventado años atrás. Un día, durante una reunión de amigos, Javier le mostró un par de cuentos a un compañero español que estaba realizando su doctorado de literatura comparada. Fue ese amigo quien lo estimuló para continuar escribiéndolos y atreverse a publicarlos. Pasaron más de 10 años para que esos cuentos se convirtieran en Las Primas Segundas, publicadas por Fernando Valdés de Plaza y Valdés Editores.
El tiempo pasó y continuó con su carrera médica y científica, en marcada por un estricto método científico y racional. Para relajarse en las pocas horas libres de que disponía, daba rienda suelta a su imaginación, generalmente en las madrugadas. De ahí nació el libro de historias Las Segundas Trinas.
La extrema demanda del trabajo empresarial le impidió escribir. No fue sino hasta el año 2010, durante un periodo sabático, independiente de la ciencia, cuando Javier volvió a ocuparse de la literatura.

Con Las Trinas Cuadras (2013), maduró su estilo hasta hacer de él una “sinfonía de palabras”, que provocara placer estético y una interpretación única en quien las percibiera, más allá de la simple intención de contar historias. Javier estaba harto de la narrativa plana que prevalece en la literatura contemporánea. Quería incitar reacciones emotivas, no solo al leer el texto y adentrarse en la trama, sino también al evocar lo escrito. Su objetivo era reavivar la magia del narrar; contribuir al resurgimiento de esa tradición humana de contar historias con el objetivo de hacer palpitar corazones. Basta escuchar la épica de Beowulf en inglés antiguo, o bien las aventuras del Ingenioso Hidalgo Don Quijote en el castellano de hace 5 siglos, para ilustrar ese propósito. Su único interés era hacer renacer ese arte, con el agregado de la novedad y el estilo único que incitara risas, carcajadas, o igualmente removiera las bases intelectuales y psicológicas del lector para hacerlo reflexionar.

En su opinión, ese arte se ha perdido en la literatura actual debido a la estrategia mercadotécnica de monopolios editoriales para fomentar obras con narrativa lineal: la de los best sellers o los galardonados por las grandes editoriales.

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